Diferencia entre revisiones de «Sesión 5: Todo por impresionar»

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== Lectura ==
== Lectura ==


Llegó el fin de semana y Andrés se alegró con una invitación de
su tío Alfredo para ir a cabalgar al lago. No se imaginaba que la muchacha
que había captado su imaginación y que tanto deseaba ver de nuevo iba a
estar en el mismo lago ese sábado.


De hecho, la familia de Elena había decidido que era un buen día para
salir a dar una vuelta al campo. Salieron todos en el primer autobús de la
mañana con los dos hermanos y la mejor amiga de Elena, Beatriz (‘Betty’).
Después de comer, cada uno eligió una sombra para leer o dormir una
siesta mientras los hermanos más pequeños fueron a recorrer la orilla del
lago. Las amigas, por su parte, se sentaron a la sombra de un gran árbol.
–Verdad que esto es lindo… salir de todo lo de la semana a respirar
aire. Pero sería mejor si hubiera algunos muchachos aquí, ¿no te parece?
–decía Betty con un suspiro.


[[Archivo:niña2.JPG|thumb|200px]]
Elena no pudo contestar porque en ese momento, de una colina
bajaban dos personas a caballo... y uno parecía tener problemas.
* * *
Ese mismo domingo, como sabemos, Alfredo le había propuesto a
Andrés ir a cabalgar.
–Le digo a don Sancho que nos preste sus caballos –le había dicho–.
No son un lujo pero al menos daremos un paseo.
–Pero no sé montar –reconoció el sobrino.
–No importa, te enseño –lo tranquilizó Alfredo–. Además vamos
despacio.


Con esas condiciones salieron a dar su vuelta. Iban al paso, como
sucede cuando te encuentras subido a un caballo tranquilo en un día
tranquilo y no quieres buscarte líos que no puedas manejar. Comenzaron
a hablar.
–...en realidad siempre estás tomando decisiones.
El tío hablaba y el sobrino preguntaba.


–Para todo tienes que decidir –comentó Alfredo–, sólo que algunas
decisiones son más trascendentes que otras. Pero siempre estás decidiendo,
por eso eres libre –¿Y si no quiero decidir nada? –preguntó Andrés.
–Ya eso mismo sería una decisión –le aclaró el tío–. Es contradictorio,
pero hasta ese extremo puedes llegar en el mal uso de tu libertad... Y como
puedes llegar a optar tontamente, es bueno que aprendas a tomar buenas
decisiones.
Andrés tenía sentimientos contradictorios. Le gustaba la libertad,
pero a veces sentía el peso de tener que decidir. ¿Y si te equivocas? ¿Había
pensado su padre al «decidir» irse?, pensaba.
–¿Y cómo te aseguras que decides bien lo que hay que hacer? –volvió
al ataque el sobrino–. Siempre te puedes equivocar, aunque no quieras.
En la clase de liderazgo, uno ve que es importante acertar… pero no nos
dicen cómo. Al menos no nos han dicho todavía.
–Claro –aceptó con franqueza el tío–. Siempre cometerás errores o
harás cosas que se podrían haber hecho mejor. Eso no lo puedes evitar
porque eres humano. Sin embargo, puedes aprender ciertas técnicas que
te ayuden a reducir los riesgos. Mucha gente comete más errores de lo
normal por no aprender ejercicios simples desde las pequeñas decisiones.
–¿Qué técnicas son esas, Alfredo? –Andrés se había interesado.
–Lo primero es mantener siempre «la cabeza fría» –enumeró el tío–.
Es indispensable el aprender a controlar los pensamientos (todo lo que
sea posible) y las acciones (eso es más factible). Así podrás mantener más
y mejor el control de tu vida. Se trata de lograr ser objetivo, que es difícil
al principio, pero que luego te permite ser coherente en lo que haces. La
falta de objetividad es la primera gran dificultad para tomar una buena
decisión.
–En clase nos hablaron de objetividad, pero para ti, ¿qué es subjetivismo? –preguntó el sobrino.
–Es creer que las cosas son de la manera que quieres que sean, cuando
en realidad son de otra –dijo Alfredo–. Engañarte a ti mismo y pretender
que todo es como tú lo ves. Es la fuente de todos los fracasos. Es como
cuando uno era niño, tenía miedo y uno se escondía bajo las sábanas. Si
hubiera habido realmente algún peligro, no te hubiera servido de nada
ocultarte así.
–Si... –dijo pensando Andrés–. Es mejor ser objetivo, por más que no
nos guste lo que vemos, ¿verdad?
–¡Exacto! –dijo el tío.
–¿Qué más? –urgió el sobrino. –Evalúa la situación a la que te enfrentas –continuó Alfredo–. Aquí
entra la objetividad, hay que calcular si realmente tienes cómo manejarla
o si necesitas ayuda. A veces cometemos errores por no pedir ayuda. Eso
se llama soberbia y tampoco conduce a nada bueno En ese momento pasaron un arroyuelo. El clima era perfecto para
seguir hablando y el tío no quería perder la atención de su sobrino. En
cuanto salieron del agua siguieron con el diálogo.
–Luego, es importante que te mires a ti mismo y busques los recursos
que tienes para manejar la situación.
Andrés detuvo su caballo y puso cara de “háblame en castellano, por
favor”. El tío recibió el mensaje.
–Los recursos son las habilidades que tienes –continuó Alfredo,
mientras retomaban la marcha–. Todos, de una u otra forma, tenemos más
fuerza en ciertas áreas, ciertos talentos o condiciones. Esos son nuestros
recursos. Cuando tú decidas algo, tendrán mucho que ver tus propias posibilidades. Si no eres bueno para matemáticas, es decir, “si tus recursos
van más por el lado de la actuación (por ejemplo)”, sería una mala decisión
tratar de estudiar física o astronomía.
– Ok. Así queda más claro –dijo Andrés.
–A partir de eso debes establecer en tu mente posibles medidas de
acción, planteándote varias alternativas –completó el tío.
–¡Como cuando juegas ajedrez y tratas de imaginar qué hará el contrincante si tú mueves una pieza! –interrumpió Andrés, a quien le encantaba
el ajedrez.
–Exacto –aprobó Alfredo–. Ves, el ajedrez es un buen ejemplo de una
forma de tomar decisiones.
–Finalmente, debes lanzarte a hacer las cosas, con valentía… y todo
lo que imaginas puede darse –dijo Alfredo.
–Ah... y una cosa más –agregó el tío–. Una vez que estés haciendo lo
que has decidido, hay que ser flexible. Evitar la rigidez. Puede ser que en
el camino alguna cosa cambie o… pero... ¡Oye! ¿Adónde vas?
Su sobrino ya no lo escuchaba. Había visto, allá abajo, a Elena y pensó
impresionarla llegando a todo galope hasta donde estaba.
–¡Una carrera hasta el lago! –gritó mientras corría con su caballo como
si fuera un gran jinete... pero no lo era.
–¡Espera, Andrés, no seas loco!
[[Archivo:Impresionando11.PNG|derecha|400px]]
Las chicas, viéndolo desde abajo, se pusieron de pie y lo miraron con
asombro. Andrés pensaba que su plan funcionaba: estaban impresionadas. Fue entonces cuando se dio cuenta de un detalle... ¡no sabía frenar
el caballo! y ya corría más rápido de lo que él hubiese querido. Le entró
miedo, y antes de caer al lago o desaparecer, no sabía dónde, hizo lo único
sensato que se le ocurría en ese momento: se dejó caer. Soltó el cuerpo y
terminó rodando por la hierba.
Toda la familia de Elena corrió. Juan, el papá, fue el primero que se
acercó esperando lo peor.
–¿Estás bien, hijo? –le preguntó sin tocarlo, como mandan los principios de los primeros auxilios en casos de caídas.
–Mmm... no sé –contestó Andrés, aturdido, mientras llegaban los
demás.
El tío Alfredo le dio un vistazo al llegar. Explicó que era médico y le
revisó lo más importante: ni lesión de columna ni lesión, aparentemente,
en el cerebro. Luego fue por el caballo que, al verse liberado del «peso
muerto», se había detenido tranquilamente a comer pasto. Para cuando
regresó, Andrés estaba sentado.
El susto había pasado: lo único herido era el orgullo. Entonces el clima
cambió. Las dos amigas, “destinatarias de la proeza”, reían recordando el
gracioso aterrizaje. Andrés sólo pensaba en que había quedado como un
tonto. Estaba furioso consigo mismo, pero contestaba con educación las
preguntas simpáticas de las muchachas.
–Parece que no te pasó nada –dijo finalmente el papá de Elena–. La
próxima vez ten más cuidado. Si no sabes andar a caballo mejor no salgas.
Te puede ir mal.
Era el tiro de gracia. Andrés quería largarse. El tío Alfredo se dio cuenta
y apuró la despedida.


== Escucha ahora la explicación del profesor ==
== Escucha ahora la explicación del profesor ==

Revisión del 10:03 22 nov 2021

Computadora 1.JPG


PROPÓSITO

Introducción

Lectura

Llegó el fin de semana y Andrés se alegró con una invitación de su tío Alfredo para ir a cabalgar al lago. No se imaginaba que la muchacha que había captado su imaginación y que tanto deseaba ver de nuevo iba a estar en el mismo lago ese sábado.

De hecho, la familia de Elena había decidido que era un buen día para salir a dar una vuelta al campo. Salieron todos en el primer autobús de la mañana con los dos hermanos y la mejor amiga de Elena, Beatriz (‘Betty’). Después de comer, cada uno eligió una sombra para leer o dormir una siesta mientras los hermanos más pequeños fueron a recorrer la orilla del lago. Las amigas, por su parte, se sentaron a la sombra de un gran árbol. –Verdad que esto es lindo… salir de todo lo de la semana a respirar aire. Pero sería mejor si hubiera algunos muchachos aquí, ¿no te parece? –decía Betty con un suspiro.

Elena no pudo contestar porque en ese momento, de una colina bajaban dos personas a caballo... y uno parecía tener problemas.

  • * *

Ese mismo domingo, como sabemos, Alfredo le había propuesto a Andrés ir a cabalgar. –Le digo a don Sancho que nos preste sus caballos –le había dicho–. No son un lujo pero al menos daremos un paseo. –Pero no sé montar –reconoció el sobrino. –No importa, te enseño –lo tranquilizó Alfredo–. Además vamos despacio.

Con esas condiciones salieron a dar su vuelta. Iban al paso, como sucede cuando te encuentras subido a un caballo tranquilo en un día tranquilo y no quieres buscarte líos que no puedas manejar. Comenzaron a hablar. –...en realidad siempre estás tomando decisiones. El tío hablaba y el sobrino preguntaba.

–Para todo tienes que decidir –comentó Alfredo–, sólo que algunas decisiones son más trascendentes que otras. Pero siempre estás decidiendo, por eso eres libre –¿Y si no quiero decidir nada? –preguntó Andrés. –Ya eso mismo sería una decisión –le aclaró el tío–. Es contradictorio, pero hasta ese extremo puedes llegar en el mal uso de tu libertad... Y como puedes llegar a optar tontamente, es bueno que aprendas a tomar buenas decisiones.

Andrés tenía sentimientos contradictorios. Le gustaba la libertad, pero a veces sentía el peso de tener que decidir. ¿Y si te equivocas? ¿Había pensado su padre al «decidir» irse?, pensaba. –¿Y cómo te aseguras que decides bien lo que hay que hacer? –volvió al ataque el sobrino–. Siempre te puedes equivocar, aunque no quieras. En la clase de liderazgo, uno ve que es importante acertar… pero no nos dicen cómo. Al menos no nos han dicho todavía.

–Claro –aceptó con franqueza el tío–. Siempre cometerás errores o harás cosas que se podrían haber hecho mejor. Eso no lo puedes evitar porque eres humano. Sin embargo, puedes aprender ciertas técnicas que te ayuden a reducir los riesgos. Mucha gente comete más errores de lo normal por no aprender ejercicios simples desde las pequeñas decisiones. –¿Qué técnicas son esas, Alfredo? –Andrés se había interesado. –Lo primero es mantener siempre «la cabeza fría» –enumeró el tío–.

Es indispensable el aprender a controlar los pensamientos (todo lo que sea posible) y las acciones (eso es más factible). Así podrás mantener más y mejor el control de tu vida. Se trata de lograr ser objetivo, que es difícil al principio, pero que luego te permite ser coherente en lo que haces. La falta de objetividad es la primera gran dificultad para tomar una buena decisión.

–En clase nos hablaron de objetividad, pero para ti, ¿qué es subjetivismo? –preguntó el sobrino. –Es creer que las cosas son de la manera que quieres que sean, cuando en realidad son de otra –dijo Alfredo–. Engañarte a ti mismo y pretender que todo es como tú lo ves. Es la fuente de todos los fracasos. Es como cuando uno era niño, tenía miedo y uno se escondía bajo las sábanas. Si hubiera habido realmente algún peligro, no te hubiera servido de nada ocultarte así.

–Si... –dijo pensando Andrés–. Es mejor ser objetivo, por más que no nos guste lo que vemos, ¿verdad? –¡Exacto! –dijo el tío.

–¿Qué más? –urgió el sobrino. –Evalúa la situación a la que te enfrentas –continuó Alfredo–. Aquí entra la objetividad, hay que calcular si realmente tienes cómo manejarla o si necesitas ayuda. A veces cometemos errores por no pedir ayuda. Eso se llama soberbia y tampoco conduce a nada bueno En ese momento pasaron un arroyuelo. El clima era perfecto para seguir hablando y el tío no quería perder la atención de su sobrino. En cuanto salieron del agua siguieron con el diálogo. –Luego, es importante que te mires a ti mismo y busques los recursos que tienes para manejar la situación.

Andrés detuvo su caballo y puso cara de “háblame en castellano, por favor”. El tío recibió el mensaje. –Los recursos son las habilidades que tienes –continuó Alfredo, mientras retomaban la marcha–. Todos, de una u otra forma, tenemos más fuerza en ciertas áreas, ciertos talentos o condiciones. Esos son nuestros recursos. Cuando tú decidas algo, tendrán mucho que ver tus propias posibilidades. Si no eres bueno para matemáticas, es decir, “si tus recursos van más por el lado de la actuación (por ejemplo)”, sería una mala decisión tratar de estudiar física o astronomía.

– Ok. Así queda más claro –dijo Andrés. –A partir de eso debes establecer en tu mente posibles medidas de acción, planteándote varias alternativas –completó el tío. –¡Como cuando juegas ajedrez y tratas de imaginar qué hará el contrincante si tú mueves una pieza! –interrumpió Andrés, a quien le encantaba el ajedrez.

–Exacto –aprobó Alfredo–. Ves, el ajedrez es un buen ejemplo de una forma de tomar decisiones. –Finalmente, debes lanzarte a hacer las cosas, con valentía… y todo lo que imaginas puede darse –dijo Alfredo. –Ah... y una cosa más –agregó el tío–. Una vez que estés haciendo lo que has decidido, hay que ser flexible. Evitar la rigidez. Puede ser que en el camino alguna cosa cambie o… pero... ¡Oye! ¿Adónde vas? Su sobrino ya no lo escuchaba. Había visto, allá abajo, a Elena y pensó impresionarla llegando a todo galope hasta donde estaba. –¡Una carrera hasta el lago! –gritó mientras corría con su caballo como si fuera un gran jinete... pero no lo era.

–¡Espera, Andrés, no seas loco!

Impresionando11.PNG

Las chicas, viéndolo desde abajo, se pusieron de pie y lo miraron con asombro. Andrés pensaba que su plan funcionaba: estaban impresionadas. Fue entonces cuando se dio cuenta de un detalle... ¡no sabía frenar el caballo! y ya corría más rápido de lo que él hubiese querido. Le entró miedo, y antes de caer al lago o desaparecer, no sabía dónde, hizo lo único sensato que se le ocurría en ese momento: se dejó caer. Soltó el cuerpo y terminó rodando por la hierba.

Toda la familia de Elena corrió. Juan, el papá, fue el primero que se acercó esperando lo peor. –¿Estás bien, hijo? –le preguntó sin tocarlo, como mandan los principios de los primeros auxilios en casos de caídas. –Mmm... no sé –contestó Andrés, aturdido, mientras llegaban los demás. El tío Alfredo le dio un vistazo al llegar. Explicó que era médico y le revisó lo más importante: ni lesión de columna ni lesión, aparentemente, en el cerebro. Luego fue por el caballo que, al verse liberado del «peso muerto», se había detenido tranquilamente a comer pasto. Para cuando regresó, Andrés estaba sentado.

El susto había pasado: lo único herido era el orgullo. Entonces el clima cambió. Las dos amigas, “destinatarias de la proeza”, reían recordando el gracioso aterrizaje. Andrés sólo pensaba en que había quedado como un tonto. Estaba furioso consigo mismo, pero contestaba con educación las preguntas simpáticas de las muchachas. –Parece que no te pasó nada –dijo finalmente el papá de Elena–. La próxima vez ten más cuidado. Si no sabes andar a caballo mejor no salgas. Te puede ir mal. Era el tiro de gracia. Andrés quería largarse. El tío Alfredo se dio cuenta y apuró la despedida.

Escucha ahora la explicación del profesor

Actividades de refuerzo

Resumen

Actividad para la casa